La selectividad estratégica del Estado: reflexiones sobre un tema de Poulantzas

Bob Jessop

Traducción propia del Grupo

Publicado con autorización del Autor

Esta es la versión en línea del siguiente artículo: “The strategic selectivity of the state: reflections on a theme of Poulantzas”, Journal of the Hellenic Diaspora, 25 (1-2), 1-37, 1999.

Disponible en: https://bobjessop.wordpress.com/2014/06/16/the-strategic-selectivity-of-the-state-reflections-on-a-theme-of-poulantzas/

“[Estado, poder y socialismo] toma una cierta distancia de una concepción que yo tenía antes, por ejemplo, la autonomía relativa del Estado, que considera la realidad social en términos de instancias o niveles. Ésta era, en suma, la concepción althusseriana. Aquí ofrezco una serie de críticas, porque fue una concepción que no logró situar exactamente la especificidad del Estado, que no logró captar de una manera suficientemente precisa las relaciones entre Estado, sociedad y economía. (…) Por ejemplo, es cierto que durante algún tiempo tendí a considerar al Estado (incluso en su sentido amplio, incluidos los aparatos ideológicos) como el sitio (casi) exclusivo de las instituciones del poder. Esto fue un error: hay toda una serie de otros centros de poder que son extremadamente importantes en la sociedad. … En este libro he intentado romper tanto con la concepción que considera el estado como la totalidad del poder, como con otra que deja de lado por completo o casi por completo el papel del Estado: la de Foucault o, últimamente, la de la Revue Libre” (Editada por Castoriadis, Lefort y Gauchet) (1978b).

Poulantzas fue un pensador innovador que siempre fue capaz de sorprendernos con sus nuevas ideas sobre el estado y sus cambios en la postura política sobre los principales temas. Esto es evidente en la opinión ofrecida más arriba en una entrevista sobre su última gran obra Estado, Poder, Socialismo (1978a). Aunque permaneció fiel a los principios básicos del marxismo, siempre buscaba desarrollar sus ideas y refinarlas a la luz de nuevas corrientes teóricas y acontecimientos políticos. Su aproximación al estado, como a otras cuestiones, fue influida tanto por sus cambios en la perspectiva teórica como por cambios en sus principales preocupaciones políticas. Así, teóricamente, se inspiró inicialmente en el existencialismo sartreano, luego en el estructuralismo althusseriano y, en su obra posterior, en las observaciones más metodológicas de Foucault sobre la naturaleza relacional y la dispersión omnipresente del poder. Del mismo modo, políticamente, Poulantzas estaba inicialmente comprometido con la política democrática, luego con el marxismo-leninismo, luego con el eurocomunismo y, finalmente, con una política democrática radical pluri-partidista, comprometida con alianzas de clases y favorable a un papel independiente de los movimientos sociales. Pero estos cambios siempre se llevaron a cabo dentro de un compromiso continuo con el marxismo, tanto como programa teórico como guía para la acción política. Fue a través de su preocupación de entender la política griega y francesa que, con el tiempo, llegó la idea de que el estado es una relación social. Es esta elaboración la que Poulantzas presenta como la realización largamente esperada de la teoría marxista del Estado (ver sus comentarios en tres entrevistas: Poulantzas 1976c, 1977, y 1980). El presente texto elabora esta visión y traza sus implicaciones para el actual trabajo teórico y político.

Teoría marxista y estrategia política

He observado en otra parte que el trabajo de Poulantzas, a pesar de su a menudo criticado «hiper-abstraccionismo» y obscuridades teóricas, fue motivado principalmente por sus profundos compromisos políticos con las luchas de la clase obrera y la democracia popular en la Europa contemporánea. Por lo tanto, además de su preocupación por las posiciones teóricas en los textos clásicos de Marx, Engels y Lenin, Poulantzas se dedicaba sistemáticamente a criticar con dureza otros análisis marxistas del imperialismo. Entre las alternativas por él criticadas, estaban las teorías del capitalismo monopolista de Estado, que planteaban la existencia de un ultraimperialismo que había organizado ahora la hegemonía de un superestado estadounidense o, al revés, la dominación del capital monopolista sin estado; la afirmación de que las contradicciones entre los estados nacionales aún sobrevivían y se debían movilizar para defender a sus propias burguesías nacionales; o la opinión de que la Comunidad Económica Europea se estaba convirtiendo en un aparato político supranacional para servir al capital europeo en su lucha contra la hegemonía del capital americano. La preocupación de Poulantzas con la estrategia política es especialmente clara en sus análisis de los cambios en el imperialismo y sus implicaciones para los estados nacionales y la lucha de clase en Europa; en su interés por los problemas acuciantes de una transición democrática tras la crisis de las dictaduras griega, portuguesa y española a mediados de los años setenta; en sus reflexiones sobre la emergente crisis del socialismo de Estado; y en su preocupación por las perspectivas de una democracia radical en el noroeste de Europa ante un cambio creciente hacia el estatismo autoritario.

Fue luchando con estos temas que Poulantzas integró sus intereses de larga data en la teoría estatal y la estrategia política de manera más estrecha y coherente con los temas económicos marxistas tradicionales. Estos últimos habían sido en gran medida ignorados en su temprana obra teórica, argumentando que la economía capitalista no sólo estaba separada del estado capitalista, sino también que en gran parte era capaz de autovalorizarse una vez asegurado el marco político e ideológico «externo» del estado (1973a, 32-3, 55-6, para su posterior crítica de este error clásico de la economía política liberal, véase Poulantzas 1975, 100-101, 1978a, 15-20). En su trabajo sobre la internacionalización del capital (véase, por ejemplo, Poulantzas 1975, en adelante CCC), la preocupación sustantiva por los temas económicos comenzó a destacarse. Ellos se integraron más tarde de forma relativamente eficaz con su propia teoría del estado en Estado, poder y Socialismo (1978a, en lo sucesivo también SPS).

Poulantzas también trajo nuevas ideas a la crítica marxista tradicional de la economía política. En particular, analizó el proceso de trabajo en términos de una compleja división económica, política e intelectual del trabajo en la cual los efectos constitutivos y las acciones del Estado estaban siempre presentes; y, en la misma línea, estudió las clases sociales desde el punto de vista de su «reproducción ampliada» en lugar de desde el punto de vista económico «estrecho» de su lugar en la producción, distribución y consumo. La idea de la reproducción ampliada se refiere al papel de las relaciones económicas, políticas e ideológicas dentro del circuito del capital y de las relaciones de producción no capitalistas -incluyendo no sólo la división técnica del trabajo sino también las formas cambiantes del control gerencial y las relaciones ideológicas. Marx ya lo había indicado, como lo señala Poulantzas, en sus discusiones sobre el despotismo de fábrica y el papel de la ciencia en el proceso de producción capitalista (1978a: 55). Pero Poulantzas desarrolló este análisis en términos de la articulación cambiante entre las relaciones económicas, políticas e ideológicas dentro de la producción capitalista (1975: 109-138); y en términos de las formas cambiantes del estado capitalista y de la división intelectual-manual y su papel en la reproducción de las relaciones sociales de producción como un todo (1975: 165-68 y 1978a: 26-27, 55-57, 80-82, 166-94). En general, su enfoque se basa en las afirmaciones centrales de que «las relaciones político-ideológicas ya están presentes en la constitución real de las relaciones de producción» y que «el proceso de producción y explotación implica la reproducción de las relaciones de dominación y subordinación político-ideológicas» 1978a: 26, 27). Por lo tanto Poulantzas colocó las relaciones sociales de producción en este sentido ampliado e integral [1] en el centro de su análisis de la lucha de clases. Y examinó la reproducción social de estas relaciones en términos de la reproducción de las condiciones económicas, políticas e ideológicas interrelacionadas que tienen que ver con la acumulación dentro y más allá de los circuitos del capital (véase especialmente 1975, 1978a).

Nuevas Consideraciones metodológicas

Poulantzas estableció un amplio programa en su última obra importante. Sus preocupaciones oscilaron entre la naturaleza del socialismo realmente existente y los cambios en el capitalismo contemporáneo, el surgimiento de una nueva forma de estado capitalista, hasta cuestiones de estrategia política y la democracia radical. Antes de discutir estas cuestiones cruciales, sin embargo, presentó algunos lineamientos teóricos básicos. La mayor parte de estos se pueden encontrar en su trabajo anterior, pero algunos otros se presentaron por primera vez en EPS. En concreto, desarrolló su propio enfoque relacional sobre la «materialidad institucional» del Estado y también tuvo un acercamiento parcial y crítico a la obra de Foucault. Las ideas principales se presentan en la «Introducción» de EPS. Como siempre Poulantzas rechazó los enfoques instrumentalista y voluntarista del poder del Estado, pero también presenta el suyo propio bajo una nueva perspectiva. En concreto, él argumenta que la dominación política de clase se inscribe en la organización material y las instituciones del sistema de estado; y que esta “materialidad institucional» se basa a su vez en las relaciones de producción y en la división social del trabajo en las sociedades capitalistas (1978a: 14). A Continuación, elaboró algunas implicaciones de esta aproximación.

Discutiendo las relaciones de producción y la división social del trabajo, Poulantzas trazó con mayor énfasis un análisis de las clases en el capitalismo contemporáneo que en su anterior trabajo más estructuralista, Poder político y clases sociales (1968/1973, en adelante PPCS). Hizo foco en la interpenetración de los momentos económicos, políticos e ideológicos de la división social del trabajo en lugar de la matriz estructural constituida por las regiones económicas, políticas e ideológicas del modo de producción capitalista. Sostuvo que el proceso de producción se basa en la unidad del proceso de trabajo y las relaciones de producción organizados bajo el predominio de este último. Estas relaciones no son exclusivamente económicas (y mucho menos técnicas), sino que también involucran momentos políticos e ideológicos específicos. Por lo tanto, este poder tiene su fundamento preciso en la explotación económica, el lugar de diferentes clases en los variados aparatos y mecanismos de poder fuera del estado, y el sistema propio de estado. Esto significa que el poder de clase se determina en primer lugar por las posiciones contrastantes ocupadas por las diferentes clases en la división social del trabajo. Pero se determina más por sus diferentes modos de organización y sus respectivas estrategias en los diferentes campos de la lucha de clases (1978a: 147; cf. 1973: 95, 105-7). El proceso de producción y explotación está también encarnado y reproducido por relaciones de dominación y subordinación político-ideológicas (1978a: 26-7). En otras palabras, la política y la ideología no se limitan a reproducir las condiciones externas, generales de producción: también están presentes en el corazón del proceso de trabajo como momentos constitutivos de las relaciones sociales de producción. Así, las relaciones de producción están expresadas en determinados poderes de clase orgánicamente articulados a las relaciones políticas e ideológicas generales que lo concretizan y lo legitiman (1978a: 26-7).

Claramente, al presentar su nuevo enfoque relacional, Poulantzas ya no emplea categorías althusserianas [2], sino que critica la opinión de que la economía y el Estado son campos inmutables, transhistóricos de relaciones sociales con fronteras y funciones inamovibles.

Las regiones económicas y políticas “están desde el principio constituidas por su mutua relación y articulación, un proceso que se efectúa en cada modo de producción a través del papel determinante de las relaciones de producción” (1978a: 17). Esto excluye cualquier teoría general de la economía o del estado e indica la necesidad de análisis teóricos particulares de tipos específicos de economía o estado. Poulantzas también repite que la relativa separación institucional del estado en el MPC implica un objeto distinto para el análisis. Esto ya no es lo político como una región distinta, relativamente autónoma, dentro de la articulación general del modo de producción capitalista (como lo fue en el PPCS). En cambio, se redefine ahora como “nada más que la forma capitalista de la presencia de lo político en la constitución y reproducción de las relaciones de producción” (1978a: 19). En consecuencia, esta presencia distintiva es el nuevo enfoque de la teoría regional de Poulantzas sobre el estado capitalista y su relación con las clases sociales y la lucha de clases (1978a: 14-22, 25-7, véase 1973: 13, 17-8, 22).

Después de estas y otras breves observaciones metodológicas, Poulantzas consideró la naturaleza general del estado capitalista. Hizo hincapié en que implica más que el ejercicio de la represión y/o engaño ideológico. El Estado hace más que delimitar negativamente y proteger las reglas del juego económico y/o inculcar la «falsa conciencia» entre las clases subordinadas, sino que participa activamente en la constitución y el mantenimiento de las relaciones de producción y de la división social del trabajo; en la organización de la unidad de clase hegemónica dentro del bloque de poder; y en la gestión de las bases materiales del consentimiento entre las masas populares. En resumen, el papel del Estado en la reproducción de la dominación de clase es positivo y no puede reducirse al simple par de represión-ideología.

Poulantzas enfatizó que la piedra angular del poder en las formaciones divididas en clases es el poder de clase. Esto se basa en el poder económico y en las relaciones de producción más que en el Estado. Sin embargo, a pesar del papel determinante de las relaciones de producción, también argumentó que el poder político es primordial. Los cambios en el carácter del poder del estado son la condición de todas las otras transformaciones esenciales en las relaciones de clase y las que no son de clase. Así, Poulantzas enfatizó continuamente la positividad y ubicuidad del estado en la constitución y reproducción de las relaciones de producción. Consideraba al Estado como “el factor que concentra, condensa, materializa y encarna las relaciones político-ideológicas en una forma específica al modo de producción dado» (1978a: 27). Esto significa que el estado está en todas partes. De hecho, Poulantzas sostuvo que “no podemos imaginar ningún fenómeno social (cualquier conocimiento, poder, lenguaje o escritura) como planteado en un estado anterior al Estado: toda la realidad social debe estar en relación con el Estado y las divisiones de clase» (1978a: 39). Así, toda realidad social debe ser concebida como manteniendo relaciones constitutivas con el Estado. Esto implica relaciones de clase y no de clase por igual. Pues el Estado interviene en todas las relaciones de poder y les asigna la pertinencia de clase y las enreda en la red de poderes económicos, políticos e ideológicos de la clase dominante (1978a: 40, 43). Puesto que las relaciones de clase son siempre y necesariamente relaciones de lucha, sin embargo, resisten la integración en los aparatos y tienden a escapar de todo control institucional. En este sentido, de hecho, los mecanismos del poder son autolimitados. Porque estos mecanismos siempre incorporan y condensan las luchas de las clases dominadas sin necesariamente integrarlas y absorberlas. La lucha de clases siempre tiene primacía sobre las instituciones-aparatos de poder (1978a: 149-52). Y, debido a que tanto las luchas de clase como las de no clase escapan al control estatal, el poder estatal es siempre provisional, frágil y limitado (1978a: 43-5).

El Estado y la lucha política de clase

Poulantzas sostuvo que la naturaleza del Estado está estrechamente relacionada con la división social del trabajo y que la naturaleza del estado capitalista está estrechamente relacionada con la forma específicamente capitalista de esta división (especialmente la que existe entre el trabajo intelectual y el manual). Pero añadió inmediatamente que una teoría del Estado capitalista no podía desarrollarse simplemente relacionándola con la división social del trabajo y la lucha de clases en general. Esto corre el riesgo de reducir todas sus formas a una «dictadura indiferente de la burguesía» (1978a: 158). En cambio, el estado capitalista debe ser considerado como un fenómeno político sui generis y en relación con las características específicas de lucha política de clases en diferentes coyunturas (1978a: 123-6). Así, Poulantzas también discutió cómo la lucha de clases política se reproduce y se transforma en el aparato del Estado para asegurar la dominación política burguesa.

En términos generales, Poulantzas repitió los argumentos ampliamente desarrollados en el PPSC. Así definió los principales papeles políticos del Estado capitalista como organizador del bloque de poder y desorganizador de las masas populares. Pero él fue más allá de sus argumentos iniciales en ambos aspectos y también califica sus comentarios sobre el papel del personal del estado. En particular, dio mayor peso a los conflictos y contradicciones de clase y a las estrategias particulares perseguidas por diferentes clases, fracciones y categorías en la lucha por la dominación de clase política. En este sentido, Poulantzas enfatizó que el Estado no es ni un bloque monolítico ni un mero sujeto jurídico soberano. En cambio, sus diferentes aparatos, secciones y niveles sirven como centros de poder para diferentes fracciones o alianzas fraccionarias dentro del bloque de poder y/o como centros de resistencia para diferentes elementos entre las masas populares. De ello se deduce que el Estado debe ser entendido como un campo estratégico formado a través de redes de poder que se cruzan y que constituye un terreno favorable para la maniobra política de la fracción hegemónica (1978a: 136, 138). Es a través de la constitución de este terreno que el Estado ayuda a organizar el bloque de poder.

El estado también está involucrado en la desorganización de las masas. Les impide formar un frente unificado contra el Estado y los vincula solamente al bloque de poder a través de la gestión de concesiones materiales. En particular, moviliza a la pequeña burguesía y a las clases rurales en apoyo al bloque de poder (ya sea directamente o a través de su apoyo al propio Estado) para que no estén disponibles para alianzas con el proletariado. Cabe señalar aquí que diferentes fracciones del bloque de poder adoptan diferentes estrategias hacia las masas populares. Esto se refleja en su preferencia por diferentes formas estatales con diferentes bases sociales y/o en intentos de movilizar a las masas populares detrás de sus propias luchas fraccionales (1978a: 140-2). Además, incluso cuando las masas populares están físicamente excluidas de ciertos aparatos estatales, éstas siguen siendo afectadas por las luchas populares. Esto ocurre de dos maneras. Las luchas populares pueden ser mediadas a través del personal estatal, que tiene afiliaciones de clase diferentes en los diferentes niveles del sistema estatal. Esto se puede ver en el descontento dentro de la policía, el poder judicial y la administración del Estado en la Francia contemporánea. Las luchas populares también pueden ser eficaces tomando cierta distancia del estado. Porque tienen implicaciones políticas claras para los cálculos estratégicos de fracciones dentro del bloque de poder. Esto está bien ilustrado por las circunstancias que rodearon el colapso de las dictaduras militares en Grecia, España y Portugal (1978a: 143-4).

En general, esto asegura que las luchas populares atraviesen el sistema estatal de arriba a abajo. Esto no quiere decir que las masas populares tienen sus propios centros de poder dentro del estado exactamente de la misma manera que las diferentes fracciones del bloque en el poder. Esto sugeriría una situación permanente de «doble poder» dentro del estado capitalista tal que este represente tanto el poder de la clase trabajadora como del capital. En cambio, Poulantzas afirma que las masas populares simplemente tienen centros de resistencia dentro del estado. Estos pueden ser utilizados para oponerse al poder real de la clase dominante, pero no para avanzar en sus propios intereses políticos a largo plazo. Por último, señaló que las masas populares también pueden presionar al Estado capitalista a través de sus actividades estableciendo movimientos de democracia de base, redes de autogestión, etc., que desafían las formas democráticas liberales normales de representación (1978a: 144-5).

Por último, Poulantzas también consideró el papel distintivo del propio personal del Estado. Señaló que la ideología dominante podría ayudar a unificar las funciones del sistema estatal. Pero también argumentó que no podía eliminar las disputas y divisiones internas que ocurren dentro del estado debido a la afiliación diferencial de clase del personal estatal. Sin embargo, puesto que el personal estatal supuestamente vive su revuelta a través de la ideología dominante, rara vez cuestiona la división social del trabajo entre gobernantes y gobernados o entre el trabajo intelectual y manual. Por lo tanto, no están inclinados a apoyar las iniciativas de base y la autogestión. En lugar de eso, buscarían mantener la continuidad del aparato estatal durante cualquier transición al socialismo democrático, no sólo para defender sus propios intereses “económico-corporativos”, sino también debido a su estadolatría más general, sus opiniones sobre el interés nacional, etc. Significa que el movimiento socialista debe ocuparse “suavemente” del personal estatal durante el período de transición cuando es necesario reorganizar radicalmente las estructuras del sistema estatal (1978a: 154-58).

La reproducción de la lucha de clase en las divisiones internas, las fracturas y las contradicciones entre y dentro de cada rama del sistema estatal se refleja, según Poulantzas, en la prodigiosa incoherencia y el carácter caótico de las políticas estatales desde el punto de vista de lo que Foucault llama la “microfísica del poder” (1978a: 132, 135-6, 229, véase 1974: 329-30, 1976a: 49-50, 84). Sin embargo, Poulantzas también argumentó que la organización estatal como terreno estratégico asegura que se imponga una línea general a estas micro-políticas diversificadas (1978a: 135, 136). Esta línea general surge de manera compleja de la matriz institucional del Estado y el choque de estrategias y tácticas específicas. No es reducible únicamente a los efectos del Estado como un conjunto institucional, ya que éste siempre está atravesado por las contradicciones y los conflictos de clase. En este sentido, en contraste con el término “selectividad estructural”, que tomó prestado del postulado estructural de la selectividad del Estado propuesta por Claus Offe (1972), el enfoque de Poulantzas podría describirse mejor como referido a la «selectividad estratégica» del Estado. Tampoco es la línea general emergente reductible a la aplicación más o menos exitosa de una coherente y global [3] estrategia establecida en el vértice del sistema estatal (1978a: 135-6). Pues es sólo la interacción de la matriz estructural del Estado y las estrategias específicas perseguidas por las diferentes fuerzas que explican la línea general.

En resumen, Poulantzas enfatizó que la dominación política está inscrita en la materialidad institucional del Estado, es decir, en su matriz institucional. Argumentó que sólo este enfoque podría aclarar el impacto conjunto sobre el Estado producido “por un lado, por los cambios en las relaciones de producción y división social del trabajo y, por otro lado, por los cambios en las luchas de clases, especialmente las luchas políticas” (1978a: 158). Esta perspectiva relacional permitiría comprender: a) cómo cada sistema estatal nacional se desarrolla de manera distintiva de acuerdo con la condensación material de las relaciones políticas específicas que se han desarrollado en un estado-nación dado, y (b) cómo el estado cambia según cada etapa y fase del capitalismo, según períodos normales y excepcionales, ya través de diversas formas de régimen (1978a: 158-60).

El Enfoque Relacional y la Selectividad Estratégica

Esta parte de mi contribución desarrolla el marco teórico subyacente a la afirmación de Poulantzas de que el Estado es una relación social. Poulantzas sostuvo que el Estado es una relación social exactamente igual que el capital es una relación social [4]. Este enfoque excluye cualquier tratamiento del estado ya sea como un instrumento simple o como un sujeto. Por lo tanto, aunque Poulantzas destacó obviamente la importancia del equilibrio cambiante de las fuerzas de clase en su acercamiento al poder del estado, igualmente rechazó enfáticamente la idea que el estado es de alguna manera neutral entre las clases. En su lugar, debe ser visto como la condensación material del equilibrio entre las fuerzas de clase, siendo que el estado realmente ayuda a constituir ese equilibrio y no se limita a reflejarlo. Al mismo tiempo, Poulantzas rechazó la opinión de que el Estado puede ser visto como un sujeto. Debe ser visto como un conjunto institucional más que un sujeto político unitario. Está atravesado por contradicciones y no tiene poder político propio. El poder del estado es el poder de las fuerzas de clase que actúan en y por medio del estado. Ahora el valor diacrítico de este argumento es claro. Menos obvio es lo que podría ser su contenido teórico positivo.

La explicación más simple es la afirmación de Poulantzas de que el Estado capitalista no debe considerarse como una entidad intrínseca: ‘como el “capital”, es más bien una relación de fuerzas, o más precisamente la condensación material de tal relación entre clases y fracciones de clase, tal como esto se expresa en el Estado en una forma necesariamente específica’ (1978a: 128-9, cursiva en el original). Por analogía con el análisis de la relación de capital en Marx, sugiero que esta afirmación puede reformularse de la siguiente manera: el poder del estado (no el aparato del Estado como tal) debe ser visto como una condensación de determinada forma de balance de fuerzas en la política y en la lucha política relevante. Esta reformulación combina los temas de una forma necesariamente específica, condensación material y equilibrio de fuerzas. La exploración de este tema involucra dos aspectos interrelacionados del sistema estatal. Primero debemos examinar la forma estatal como un complejo conjunto institucional con un patrón específico de «selectividad estratégica» que refleja y modifica el equilibrio de las fuerzas de clase; y, en segundo lugar, considerar la constitución de estas fuerzas de clase y sus propias estrategias, incluyendo su capacidad de reflexionar y responder a las selectividades estratégicas inscritas dentro del aparato estatal en su conjunto.

En resumen, si aceptamos que el Estado es una relación social, podemos analizar su estructura como estratégica en su forma, contenido y operación; y analizar las acciones, a su vez, como estructuradas, más o menos sensibles al contexto, y estructurantes. Esto implica examinar cómo una estructura dada puede privilegiar a algunos actores, algunas identidades, algunas estrategias, algunos horizontes espaciales y temporales, algunas acciones sobre otras; y las maneras en que los actores (individuales y/o colectivos) toman en cuenta este privilegio diferencial a través del análisis del «contexto estratégico» al elegir un curso de acción[5]. En otras palabras, uno debe estudiar las estructuras en términos de sus selectividades estratégicas inscritas estructuralmente y las acciones en términos de cálculo (diferencial reflexivo) estratégico estructuralmente orientado. Algunos análisis del discurso adoptan un enfoque similar, donde los paradigmas discursivos privilegian a algunos interlocutores, algunas identidades/ posiciones discursivas, algunas estrategias y tácticas discursivas y algunas declaraciones discursivas sobre otras (por ejemplo, Hay, 1996; Jenson, 1995). Combinar las preocupaciones estructurales y discursivas en un análisis estratégico-relacional más inclusivo, ayudaría a desarrollar un análisis reflexivo (relacionado con las estructuras extra-discursivas y discursivas, las capacidades transformadoras y auto-transformadoras y el aprendizaje individual y colectivo) adecuados para el estudio de las selectividades estructuralmente inscritas en el estado y en otros campos de acción.

La lógica dialéctica detrás del enfoque estratégico-relacional está representada por las diversas flechas de la Figura 1 (ver página siguiente). La primera fila de la figura presenta la dicotomía inadmisible entre la restricción externa (absoluta) y la acción voluntaria (incondicional), los dos términos que sirven de tesis inicial y antítesis del movimiento teórico que conduce a un análisis estratégico-relacional de la coherencia estructurada (Incluyendo la del estado). La segunda fila presenta entonces la dualidad ortodoxa estructura-agencia, que subraya tanto la tesis como la antítesis tratando la estructura como un efecto emergente de la acción y la agencia como un modo estructuralmente restringido de acción hábil. Pero esto conserva una forma dualista debido a que pone entre paréntesis, en cualquier punto dado, el análisis de uno u otro aspecto de la dualidad resultante. Los temas centrales del enfoque estratégico-relacional ocupan las dos filas siguientes de la figura y revelan su radical “relacionismo metodológico”. Los conceptos presentados en la tercera fila se refieren a los aspectos estratégico-relacionales de coyunturas particulares; los conceptos presentados en la cuarta fila se refieren a los aspectos estratégico-relacionales de las coyunturas sucesivas.

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Figura 1: Un enfoque estratégico-relacional para la estructura y la agencia

Los conceptos de la segunda fila conservan los elementos admisibles de la(s) fila(s) precedente(s). Por lo tanto, el alcance de la reorganización reflexiva de las configuraciones estructurales está sujeto a una selectividad estratégica estructuralmente inscrita (y por lo tanto tiene aspectos dependientes de la trayectoria así como de la forma de la trayectoria); y la selección recursiva de estrategias y tácticas depende de las capacidades de aprendizaje individuales, colectivas u organizativas y de las «experiencias» resultantes de la búsqueda de diferentes estrategias y tácticas en diferentes coyunturas. En la medida en que configuraciones estructurales reflexivamente reorganizadas y estrategias y tácticas recursivamente seleccionadas co-evolucionan con el tiempo para producir un orden relativamente estable a partir de una complejidad potencialmente no estructurada, podemos hablar de la coherencia estructurada de este orden coevolutivo y autoorganizado. Esto implica una selectividad estratégica estructuralmente inscrita que recompensa diferencialmente las acciones que son compatibles con la reproducción recursiva de la estructura o estructuras en cuestión. Sin embargo, desde el punto de vista del enfoque estratégico-relacional, esta coherencia es siempre tendencial. En primer lugar, puesto que la reproducción de las estructuras es siempre sólo tendencial, también lo son sus selectividades estratégicas; en segundo lugar, dado que las estructuras son estratégicamente más que estructuralmente selectivas (véase más arriba), siempre hay margen para que las acciones desborden o eludan las restricciones estructurales; y tercero, puesto que los sujetos nunca son unitarios, nunca son plenamente conscientes de las condiciones de la acción estratégica, nunca están completamente equipados para realizar sus estrategias preferidas y siempre enfrentan la posible oposición de los actores que siguen otras estrategias o tácticas, el fracaso es una posibilidad siempre presente (Ver, desde una perspectiva estratégico-relacional, Jessop 1990, desde una perspectiva anglo-foucaultiana, Malpas y Wickham 1995, y desde un punto de vista discursivo-analítico, Scherrer 1995).

Visto en estos términos, el Estado no es ni un instrumento neutral (igualmente accesible a todas las fuerzas y útil para cualquier propósito), ni un sujeto calculador racional (con una unidad pregonada y objetivos claros). En cambio, como dedujo Poulantzas, el ejercicio y la efectividad del poder estatal son las condensaciones materiales contingentemente necesarias del cambio de equilibrio de fuerzas en la lucha política. El poder estatal resulta de una interacción continua entre las selectividades estratégicas estructuralmente inscritas del Estado como conjunto institucional y el equilibrio cambiante de fuerzas que operan dentro y a distancia del Estado y quizás, también tratan de transformarlo.

Más concretamente, al analizar las selectividades estratégicas del Estado como relación social, su sesgo como emplazamiento estratégico de la acción política debe estar vinculado a estrategias concretas de fuerzas específicas (o conjuntos específicos de tales fuerzas) con identidades específicas para avanzar en base a intereses específicos sobre horizontes espaciales y temporales específicos relativos a otras fuerzas específicas. Algunas formas particulares de Estado privilegian el acceso de algunas fuerzas sobre otras, algunas estrategias sobre otras, algunos intereses sobre otros, algunos horizontes espaciales y temporales de acción sobre otros y algunas posibilidades de coalición sobre otras. Esto sugiere, a su vez, que un cambio en la identidad propia de las fuerzas políticas, la búsqueda de intereses diferentes, el desarrollo de diferentes estrategias, la adopción de diferentes horizontes espaciales y/o temporales de acción o la construcción de diferentes bloques, alianzas estratégicas o coaliciones temporales, podrían conducir a resultados diferentes, lo que hace más fácil o más difícil alcanzar objetivos específicos en y a través de un determinado tipo de estado, una forma estatal dada o una forma dada de régimen. También sugiere que la reorganización del Estado, sus modos de representación, su articulación interna, sus modos de intervención, sus bases sociales, el proyecto estatal actualmente dominante o modo de legitimación política o, en su caso, el proyecto estatal hegemónico más amplio de sociedad cambiará su selectividad estratégica.

La interacción continua en el tiempo entre la reorganización reflexiva de las selectividades estratégicas del Estado y la selección recursiva de estrategias y tácticas específicas orientadas a esas selectividades puede resultar en un grado relativamente duradero de “coherencia estructurada” (o estabilidad) en el funcionamiento del Estado y su más amplio sistema político (véase la figura 1). Es esta emergente coherencia la que justifica hablar de estructuras específicas del poder estatal y de su dinámica (por ejemplo, estados parlamentarios liberales, estados autoritarios intervencionistas, dictaduras militares o estados de desarrollo dependientes, o, para dar otro ejemplo, regímenes de sostén familiar masculino o regímenes de bienestar de sostén dual). También ofrece una base para identificar las debilidades y fortalezas de un determinado tipo de estado, forma estatal o régimen político, sus tendencias de crisis, así como sus capacidades para contrarrestar estas tendencias, y así sucesivamente.

Como conjunto institucional, el Estado no ejerce (y no puede ejercer) el poder: no es un sujeto real. De hecho, en lugar de hablar sobre el poder del estado, hay que hablar de los diversos potenciales de poder estructural (o las capacidades del Estado), en plural, que están inscritos en el estado como un conjunto institucional. El Estado es un conjunto de centros de poder que ofrecen oportunidades desiguales a diferentes fuerzas dentro y fuera del estado para actuar con diferentes propósitos políticos. Hasta qué punto y de qué manera se actualizan sus poderes (y cualquier pasivo o punto débil asociado) depende de la acción, la reacción y la interacción de fuerzas sociales específicas ubicadas tanto dentro como fuera de este complejo conjunto. En resumen, el Estado no ejerce el poder: sus poderes (siempre en plural) se activan a través de la agencia de las fuerzas políticas definidas en coyunturas específicas. No es el Estado el que actúa: son siempre conjuntos específicos de políticos y funcionarios estatales ubicados en partes y niveles específicos del sistema estatal. Son ellos los que activan poderes específicos y capacidades estatales inscritas en instituciones y agencias particulares. Además, como en toda acción social, las condiciones no reconocidas influyen en el éxito o el fracaso de sus acciones y siempre hay consecuencias imprevistas.

El enfoque estratégico-relacional insiste en que las capacidades estructurales del Estado y su realización no puede entenderse centrándose únicamente en el Estado como aparato jurídico-político, aun suponiendo que sus fronteras institucionales puedan ser precisamente mapeadas y también estables. Aunque el aparato estatal tiene sus propios recursos y poderes distintivos, que son la base de su autonomía relativa, también tiene responsabilidades o vulnerabilidades distintivas y depende de los recursos producidos en otros lugares. Esta es la razón por la cual los poderes del estado son condicionales y relacionales. La naturaleza y el alcance de su realización dependen de las relaciones estructurales entre el Estado y su sistema político, los lazos estratégicos entre políticos y funcionarios del Estado y otras fuerzas políticas, y la compleja red de interdependencias estructurales y redes estratégicas que vinculan este sistema estatal con su más amplio ambiente social. La eficacia del Estado siempre está determinada por capacidades y fuerzas que están más allá de ella. De hecho, como señala Poulantzas, las luchas de clases tienen primacía y se extienden mucho más allá del estado; y, además, lejos de agotarse por las relaciones de clase, las relaciones de poder también pueden ir más allá de ellas (1978a: 43).

Re-lectura de Poulantzas

Ahora reconsidero algunos de los argumentos de Poulantzas a la luz de esta reconstrucción de su marco teórico subyacente. Primero reexaminaré sus puntos de vista sobre la “selectividad estructural” del Estado (sic); y luego sus puntos de vista sobre la estrategia y la táctica. Al explorar sus ideas sobre la materialidad institucional del Estado, procederé de algunas de sus determinaciones más abstractas a determinaciones más específicas. Del mismo modo, al explorar sus ideas sobre la estrategia, comienzo con comentarios generales sobre la constitución del bloque de poder y la hegemonía y paso a análisis coyunturales más específicos.

Poulantzas relacionó la forma distintiva del estado capitalista con su fundamento en las relaciones capitalistas de producción. No deben entenderse en el sentido estricto de las relaciones de intercambio ni en el sentido más general de las relaciones puramente económicas con sus propias leyes distintivas del movimiento o “lógica del capital” (1978a: 51-2). En su lugar, la división social del trabajo debe ser comprendida en toda su complejidad. Esto significa mirar la articulación de la producción, la distribución y el intercambio bajo el dominio de las relaciones sociales de producción. Pero también significa mirar más en general la división entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, que se extiende mucho más allá de la región económica y penetra también en la región estatal e ideológica. En este contexto, Poulantzas argumentó que el Estado está directamente involucrado en la constitución y reproducción de la división intelectual-manual. De hecho, afirma que el propio Estado es la materialización del trabajo intelectual en su separación del trabajo manual (1978a: 55-6). Esto se puede ver en la relación entre el conocimiento y el poder dentro del estado capitalista. Así, el Estado establece un lenguaje nacional distintivo y formas de escritura y también participa en la reproducción de la división intelectual-manual a través de instituciones como la educación. En general, estos vínculos, que ocurren en el aparato central del Estado (denominado represivo), así como sus aparatos ideológicos asociados (tanto dentro como fuera de la distinción socialmente construida entre las esferas pública y privada, o la sociedad política y la sociedad civil) sirven para excluir a las masas populares de una participación plena y efectiva en el poder político (1978a: 56). Se requieren habilidades intelectuales particulares para la participación y el discurso oficial, y el secreto burocrático oscurece la realidad del poder político. Además, estos vínculos proporcionan la matriz institucional e ideológica dentro de la cual los intelectuales y funcionarios estatales pueden unificar el bloque de poder y asegurar su hegemonía popular (1978a: 57-62).

En este marco, la selectividad estructural del Estado consiste en un conjunto complejo de mecanismos institucionales y prácticas políticas que sirven para avanzar (u obstruir) particulares intereses fraccionales o de clase. Aquí están incluidos: filtrado selectivo de la información, falta de acción sistemática sobre ciertos asuntos, definición de mutuamente contradictorias prioridades y contra-prioridades, la aplicación desigual de medidas originadas fuera del sistema estatal, y la búsqueda ad hoc y descoordinada de políticas que se ocupan de problemas coyunturales específicos que afectan ramas o secciones particulares del sistema estatal (1978a: 132-4, 1977: 75; 1976b: 40). Así, el sistema estatal se caracteriza por relaciones complejas, transversales, descentralizadas, no jerárquicas y antagónicas entre las diferentes ramas del sistema estatal. Sin embargo, Poulantzas también insistió en que «el estado no constituye un simple montaje de partes desmontables: exhibe una unidad de aparatos que normalmente se designa como centralización o centralismo, y que hace referencia a la unidad fisípara del poder del Estado» (1978a: 136). Esto plantea claramente problemas para explicar la unidad institucional y de clase del Estado. Debemos preguntar cómo esta micro-diversidad culmina en la macro-necesidad de un sistema unificado de dominación burguesa.

La unidad no puede explicarse, como reconoció Poulantzas, en términos de derecho constitucional y administrativo. Incluso si las esferas de competencia estaban estrictamente delimitadas y se definiera una jerarquía precisa de autoridad formal, esto no afectaría las estructuras reales de poder (1978a: 134). Así, Poulantzas se volvió hacia las últimas estructuras. Explicó la unidad institucional en términos del dominio de la rama o aparato que representa los intereses de la fracción hegemónica. Esto ocurre de dos maneras. Pues la fracción hegemónica puede establecer el dominio del aparato de Estado que cristaliza sus intereses; y cualquier aparato que ya sea dominante puede transformarse en un centro privilegiado de sus intereses (1978a: 137).

Pero este argumento se complementa con la referencia a prácticas estratégicas. Poulantzas también explicaba la unidad de clase del Estado en términos de las prácticas políticas que persiguen los aparatos dominantes. No se debe a ninguna unidad formal, jurídica que pueda establecerse a través de códigos legales. Depende en cambio de la capacidad del aparato dominante de desplazar el poder real sin tener debidamente en cuenta las formalidades constitucionales. De este modo, el aparato dominante duplica las ramas subordinadas, establece sus propias «redes paralelas de poder», penetra en el personal de otros aparatos, hace cortocircuito en la toma de decisiones en otras partes del sistema estatal, reorganiza las jerarquías tradicionales de poder y los circuitos del poder para satisfacer los intereses globales de la fracción hegemónica (1978a: 137, véase 1976b: 41-2). Esto puede lograrse de varias maneras y el partido de «masas» (sic) dominante juega un papel crucial aquí en el estatismo autoritario (1978a: 232-40). Pero estos mecanismos deben ser examinados en relación con estrategias y tácticas estatales.

A veces el Estado formula y expresa abiertamente (aunque a través de un discurso oficial opaco y diversificado) las estrategias y tácticas necesarias para la dominación política de clase. Pero la estrategia más adecuada a menudo surge sólo a posteriori a través de colisiones entre las micro-políticas contradictorias y los proyectos políticos formulados en diferentes partes del sistema estatal. Por lo tanto, aunque la línea general de la política estatal es “ciertamente descifrable en términos de cálculo estratégico”, “a menudo no se lo sabe de antemano dentro (y por) el propio Estado” (1978a: 136, 33). No debería considerarse como “la formulación racional de un proyecto coherente y global” (1978a: 136, traducción corregida) y, en efecto, “no siempre es susceptible de una formulación racional” (1978a: 33). En este sentido Poulantzas recurrió, no a una causalidad puramente estructural “a la Althusser”, sino a una “causalidad estratégica”. Esta última explica la política estatal en términos de un proceso de cálculo estratégico sin un sujeto calculador.

Así, Poulantzas argumentó que la unidad de la dominación política de clase debe explicarse mediante la codificación estratégica de las relaciones de poder. El estado es “un campo estratégico y un proceso de intersección de redes de poder… atravesados por tácticas que a menudo son muy explícitas en el nivel restringido de su inscripción en el estado: se intersectan y entran en conflicto entre sí, encontrando sus objetivos en algunos aparatos o siendo cortocircuitados por otros, y eventualmente trazando esa línea general de fuerza, la política del Estado atraviesa confrontaciones dentro del Estado” (1978a: 136).

No se puede ejercer ningún poder en este campo sin una serie de objetivos y metas. Sin embargo, ningún sujeto individual, grupal o de clase puede decirse que haya elegido o decidido el resultado final de las jugadas conflictivas de micro-poder. Así, la dominación de la clase política es tanto intencional como no subjetiva.

Este argumento se desarrolla en varios niveles diferentes. Poulantzas no desarrolló una teoría general del tipo de estado capitalista que pudiera entonces ser aplicada sin modificaciones a todas y cada una de sus instancias. En cambio, ofreció una serie de directrices metodológicas para la teoría estatal a partir de los primeros principios de la crítica marxista de la economía política (1978a: 18-20, véase también 1973: 123-156). Esto se puede ver en la amplia gama de conceptos que Poulantzas desplegó en la exploración de la selectividad estructural (o estratégica) del estado. Entre los conceptos que pueden mencionarse aquí están: (A) el tipo de Estado capitalista; (B) las etapas del tipo de estado capitalista -transicional, liberal, intervencionista, autoritario; (C) la forma normal y excepcional del tipo de Estado capitalista -que se distingue por la presencia-ausencia de un mecanismo institucionalizado de representación nacional-popular dentro de un marco democrático burgués; (D) una serie de regímenes políticos «normales», diferenciados en cuanto a la dominación relativa de los distintos aparatos representativos -el legislativo, el ejecutivo, el partido de masas autoritario- y una serie de regímenes políticos «excepcionales», diferenciados en términos del dominio relativo de otros aparatos estatales -los militares, la burocracia, la policía política, el partido fascista, etc. (E) una mayor diferenciación de los regímenes políticos en términos de los mecanismos específicos de representación política –parlamentario vs. presidencial, tipos de sistema de partido, relación entre los diferentes niveles de gobierno y así sucesivamente-, y/o diferentes formas de articulación entre partes del aparato estatal. Todos estos análisis pretenden especificar las selectividades estratégicas de la materialidad institucional del estado en análisis cada vez más finos.

Este argumento puede ilustrarse con dos ejemplos de rango medio extraídos de EPS: primero, el papel del Estado en la organización del cuerpo-político y atomización de los ciudadanos individuales y, segundo, el papel del derecho como el ‘código de la violencia pública organizada’. Así, Poulantzas argumentó que el Estado «atomiza» el «cuerpo-político» en «ciudadanos» jurídico-políticos individuales cuya unidad representa entonces como un estado «nacional-popular». Su argumento aquí fue mucho más allá que en el SPPC [6]. Poulantzas acepta que Foucault pueda añadir algo a sus propios argumentos sobre el «efecto de aislamiento». De este modo, ya no ve a este último exclusivamente como producto de instituciones e ideologías jurídico-políticas específicas, sino que también se basa en aquellas prácticas institucionales que Foucault definió como ‘disciplinas’. Estos son mecanismos específicos de control social que operan en múltiples micro-sitios dispersos, implican formas específicas de conocimiento científico, establecen normas individuales y sociales, encuestan y manejan las desviaciones alrededor de estas normas y elaboran tácticas flexibles para el control social (Foucault, 1979). : 135 – 230).

En cuanto a la ley, el trabajo anterior de Poulantzas señaló que ésta sanciona las relaciones capitalistas de producción y explotación a través de su representación jurídica como derechos vinculados a la propiedad privada, organiza la esfera de circulación a través del derecho contractual y comercial y regula la intervención económica estatal (1973: 163, 214, 228, 1974: 320, 324). También discutió el papel del derecho y la ideología jurídico-política para asegurar la unidad institucional del Estado, así como proporcionar la matriz del «efecto aislamiento» y su «efecto unificador» correspondiente en la lucha de clases política (1973: 216, 226 -7, 332, 247 -50, 1975: 186, 1974: 320 -30). Y señaló que la posición dominante de la ideología jurídico-política (al menos en el capitalismo liberal) legitima la dominación política en términos de legalidad y adhesión al estado de derecho, así como enmarca la lucha por la hegemonía ideológica (1973: 195, 211-15). , 221 – 3, 310 – 2, 356 – 7, 1974: 76 – 8, 143 – 7, 151, 240 – 3, 302, 306 – 9, 1975: 286 – 9).

La mayoría de estos argumentos también se repitieron en EPS, pero ahora se da más peso al papel de la violencia constitucionalizada. Así, Poulantzas escribió que “la violencia física monopolizada por el Estado subyace permanentemente a las técnicas del poder y los mecanismos del consentimiento: está inscrita en la red de dispositivos disciplinarios e ideológicos; e incluso cuando no se ejerce directamente, modela la materialidad del cuerpo social sobre el cual la dominación se ejerce” (1978a: 81). No es sorprendente en este contexto, que haya argumentado que el monopolio de la violencia modifica las formas de la lucha de clases. Esta ya no toma la forma de una guerra civil permanente que implica conflictos periódicos entre las fuerzas armadas regulares; en lugar de ello se mueve hacia formas sindicales, electorales y otras formas de organización contra las cuales la violencia abierta es menos efectiva. Estas nuevas formas de organización se desarrollan dentro del “efecto de aislamiento” y, por lo tanto, sirven para reproducir la dominación política burguesa. Sin embargo, presuponen el derecho a oponerse y resistir al poder del Estado y, por tanto, también a limitar la dominación burguesa (1978a: 82). Así, la ley no debe ser vista como pura negatividad y represión. Proporciona a las clases dominadas derechos y libertades reales a través de los cuales persiguen sus intereses económico-corporativos. De esta manera, ayuda a organizar el consentimiento (1978a: 82-4). Además, al establecer normas abstractas, generales, formales y estrictamente reguladas de conducta pública y privada, también estabiliza las relaciones sociales, permite prever, regula el poder del Estado y amortigua las crisis políticas (1978a: 90-1) [7].

Esos análisis de la selectividad estratégica inscrita estratégicamente se complementan con la periodización del Estado en términos de coyunturas en la lucha de clases. Estas ideas están más desarrolladas en los análisis de Poulantzas sobre el fascismo en Italia y Alemania de antes de la guerra y sobre la evolución de la crisis de las dictaduras militares en el sur de Europa durante los años setenta. El punto clave en ambos casos es que la importancia de las estructuras estatales cambia junto con la lucha de clases. Así, Poulantzas rechazó cualquier generalización del papel del fascismo en la lucha de clases e insistió en una cuidadosa periodización según los sucesivos pasos de una compleja guerra de posición y maniobra. Hay dos cuestiones en juego aquí. Por un lado, dado que el Estado es una relación social (o, mejor dicho, que el poder estatal es una condensación determinada por la forma de las fuerzas en lucha), la importancia de las estrategias particulares perseguidas por agentes particulares variará con la naturaleza del Estado. Diferentes tipos de régimen estatal y político premian selectivamente a diferentes tipos de actores y estrategias. Por otra parte, dado que el Estado es una relación social (o, mejor dicho, que el poder estatal es una condensación determinada de fuerzas en lucha), el aparato estatal y su capacidad de actuar dependen en gran medida de las capacidades y objetivos de las fuerzas representadas dentro del estado, luchando por transformarlo (o impedir su transformación), y operando a distancia de él. Las fuerzas sociales no son meras Träger (portadores) de las identidades y los intereses de clase pre-constituidos, sino agentes activos, lo que se refleja en sus identidades e intereses en coyunturas específicas con todo lo que ello implica para el cambio de horizontes de acción. Así, los diferentes tipos de régimen político y estatal serán más o menos vulnerables a los diferentes tipos de estrategia perseguidos por diferentes bloques o alianzas y esta vulnerabilidad cambiará con el equilibrio general de fuerzas en una compleja guerra de maniobras y tácticas.

Podemos generalizar este enfoque de la periodización al distinguir un análisis estratégico-relacional de coyunturas cambiantes de una simple cronología en los siguientes términos. En primer lugar, una cronología es esencialmente unidimensional en su escala de tiempo, ordenando acciones y eventos en tiempo unilineal según el tiempo del reloj (desde nano-segundos hasta el calendárico tiempo glacial y más allá) o algún otro marcador relevante (como los ciclos económicos o intervalos entre elecciones). Por el contrario, una periodización funciona con varias escalas de tiempo. Se ordena a las acciones y eventos en términos de múltiples horizontes de tiempo (por ejemplo, el evento, las tendencias, la longue durée, el marco de tiempo de cálculo económico vs el marco de tiempo de los ciclos políticos, o el futuro pasado, el pasado presente y el futuro presente). En segundo lugar, su narrativa clasifica las acciones y los acontecimientos en etapas sucesivas según su ocurrencia en uno u otro período de tiempo. Una periodización se centra en las coyunturas. Clasifica acciones y acontecimientos en etapas según sus implicaciones coyunturales (como combinaciones específicas de restricciones y oportunidades) para diferentes fuerzas sociales en diferentes horizontes temporales y/o para diferentes sitios de acción social. Y tercero, el tipo de explicación histórica dada en una cronología es una narración simple, es decir, el énfasis recae en la simple sucesión temporal o coincidencia de una sola serie de acciones y eventos. En cambio, una periodización presupone un marco explicativo orientado a las necesidades contingentes generadas por más de una serie de eventos. Una preocupación con múltiples horizontes temporales y coyunturas lleva a la consideración de cómo diversas acciones y sucesos se generan como resultado de múltiples determinaciones o sobredeterminaciones (1974, y Jessop et al., 1988).

Dos breves ilustraciones deben bastar aquí, extraídas del análisis de Poulantzas del fascismo italiano y sus comentarios sobre la transición democrática al socialismo democrático respectivamente. En primer lugar, durante el paso de la ofensiva obrera, el movimiento fascista consistía principalmente en bandas armadas que eran financiadas por el gran capital, grandes terratenientes y campesinos ricos para hacer su contraataque. Durante la fase de estabilización relativa, las bandas fascistas fueron abandonadas por el bloque de poder y el fascismo intentó transformarse en un partido de masas. Comenzando con el lanzamiento de la ofensiva burguesa, el movimiento fascista asumió cada vez más el carácter de un partido de masas y fue una vez más abiertamente mantenido por los grandes círculos capitalistas. Inicialmente, el partido fascista representó genuinamente los intereses políticos de la pequeña burguesía en el corto plazo y estableció lazos organizativos e ideológicos con esa clase a todo nivel, desde los votantes a los cuadros más altos del partido. Posteriormente el fascismo obtuvo el apoyo del capital monopolista en su conjunto y trató de construir lazos con otros elementos de las clases dominante. Poulantzas identificó este paso fundamental en el ascenso del fascismo como el «punto de no retorno», que es el punto de crecimiento después del cual es difícil volver atrás. Esto coincidió con los intereses coyunturales del bloque en el poder y la pequeña burguesía, mediada a través del partido fascista, que maniobró con concesiones a sus demandas en la obtención de compromisos. Cuando el fascismo llegó al poder, hubo un período inicial de inestabilidad cuando el partido fascista llevó a cabo políticas favorables a los grandes capitales, mientras buscaba consolidar el apoyo popular. Por último, hubo un período de estabilización fascista. Llegó cuando el partido fascista estaba subordinado al aparato estatal, los miembros de la pequeña burguesía del aparato estatal rompieron sus lazos de representación con su clase de origen, y el capital monopolista combinó la posición de la fracción hegemónica y de la clase dominante (véase 1974 pássim).

En segundo lugar, en el análisis de la coyuntura política tras la crisis de las dictaduras en el sur de Europa, Poulantzas insistió en que el horizonte de acción estuvo limitado en ese período al problema de la democratización y no se extendió a una transición inmediata al socialismo. Por ello fue importante estratégicamente para intervenir con el fin de estabilizar las fuerzas comprometidas con la democracia burguesa (entendida en términos de la forma de estado del estatismo autoritario corriente, no es términos del parlamentarismo liberal del siglo XIX) en lugar de adoptar un más radical programa socialista que podía polarizar el equilibrio de fuerzas hacia una reacción anti-democrática y conservadora (1976a véase, y entrevistas realizadas en el momento).

La matriz espacio-temporal del Estado

Además de estas observaciones generales, Poulantzas también realizó comentarios sobre la selectividad espacio-temporal del estado. Sus comentarios a este respecto eran principalmente sobre el Estado-nación, que vio como la forma típica del tipo capitalista de estado. Su trabajo en este sentido debe mucho a los argumentos de Henri Lefebvre y, en cuanto a la identidad nacional, a Otto Bauer.

Poulantzas considera el papel del estado en la constitución y reproducción de las formas capitalistas de la nación y el nacionalismo. La nacionalidad es un elemento fundamental en la matriz institucional del estado capitalista. Históricamente, esta última tiende a abarcar una sola y constante nación; y las naciones modernas tienen una correspondiente tendencia a establecer sus propios estados (1978a: 95). El tipo capitalista de estado establece un idioma nacional distintivo y formas de escritura; también reproduce la división del trabajo manual-intelectual a través de la educación y de otras instituciones. En general, estas características tienden a excluir a las masas populares de la participación en el poder político (1978a: 56). Por lo tanto, es importante explorar la modalidad nacional del estado burgués, incluyendo sus implicaciones para la relación entre el conocimiento y el poder.

En concreto, este tipo de estado establece una matriz espacio-temporal específica dentro de la cual se cristalizan la identidad territorial y la tradición sociocultural de la nación. Aunque Poulantzas basó las nociones modernas de tiempo y espacio en la organización de la producción capitalista, también sostuvo que el estado moderno sistematizó estas concepciones y las amplió al campo político. De este modo discute el papel del estado en la demarcación de las fronteras, la integración nacional del espacio dentro de estos límites, unificando el mercado interior así constituido, y homogeneizando al ‘pueblo” que vive dentro del territorio nacional. Al mismo tiempo, Poulantzas toma nota de que, una vez que estas fronteras, los mercados internos y las naciones se constituyen, se convierten en los puntos nodales de la transnacionalización de la producción, de las guerras territoriales por un nuevo reparto e, incluso, del genocidio (1978a: 99-107, 117). Poulantzas también se refiere a la función del estado en la constitución del tiempo y la historicidad. En concreto, señala la forma en que se establecen normas y estándares de medición temporales, trata de dominar las diferentes temporalidades y ritmos de desarrollo social, reprime las tradiciones de las naciones subordinadas, monopoliza la tradición nacional, diagrama el futuro de la nación, y así sucesivamente (1978a: 107 -15, 119).

Para la organización espacial y temporal, Poulantzas subraya que el Estado siempre modifica los elementos supuestamente «naturales» pre dados de la nacionalidad. Así, siempre integra elementos como la unidad económica, el territorio, el lenguaje, la tradición, etc., en la matriz espacio-temporal básica del capitalismo. En efecto, Poulantzas tiene cuidado de contrastar la organización espacial y temporal de las sociedades capitalistas con las de los sistemas antiguos y feudales y de trazar sus implicaciones para las divisiones entre las naciones, entre los pueblos civilizados y los bárbaros y entre los creyentes e infieles respectivamente. A este respecto, subraya que la nación moderna es siempre un producto de la intervención estatal y no debe considerarse como pre-política o primordial (1978a: 94, 96-103, 108-110, 113).

Poulantzas también subraya que las concepciones de tiempo, espacio y nacionalidad están sobredeterminadas por la lucha de clases. Hay variantes burguesas y proletarias de la matriz espacio-temporal capitalista y también versiones de clase contrastantes de la nación. Así, la nación moderna no es solamente la creación de la burguesía sino que refleja una relación de fuerzas entre las clases sociales «modernas». Sin embargo, sigue siendo preeminentemente marcada por el desarrollo de la burguesía. De hecho, incluso cuando el capitalismo está experimentando un proceso de transnacionalización, la reproducción burguesa sigue centrada en el Estado-nación. Así, la nación moderna, el Estado nacional y la burguesía están íntimamente conectados y todos están constituidos en el mismo terreno de las relaciones capitalistas. Poulantzas concluye que «la nación moderna está escrita en el Estado, y es este Estado nacional el que organiza a la burguesía como clase dominante» (1978a: 117).

Las opiniones de Poulantzas sobre la matriz espacio-temporal del estado son bastante coherentes con el enfoque estratégico-relacional. Como Ed Soja pone en su comentario sobre EPS, «existe la espacialidad ontológicamente como producto de un proceso de transformación, pero siempre permanece abierta a una nueva transformación en los contextos de la vida material. Nunca se da de manera primordial o permanentemente fijada. … la fragmentación espacial, así como la apariencia de coherencia y homogeneidad espacial son productos sociales ya menudo una parte integral de la instrumentalización del poder político» (Soja 1989: 122, 126).

Pero podemos ir más lejos y argumentar que todos los aspectos estratégicamente selectivos del estado tienen momentos espacio-temporales. Esto es así por lo menos por dos razones. Primero, todas las estructuras tienen una extensión espacio-temporal definida. Ellas surgen en lugares y momentos específicos, operan en una o más escalas particulares y con horizontes temporales específicos de acción, tienen sus propias capacidades específicas para estirar las relaciones sociales y comprimir eventos en el espacio y el tiempo [8], y tienen su propios ritmos espaciales y temporales específicos. Esto requiere que se preste atención tanto a la genealogía de la producción del espacio (y el tiempo) como a la historia de su apropiación (1978a: 100). Como dice Poulantzas: “En realidad, sin embargo, las transformaciones de las matrices espacio-temporales [SC. En la transición y desarrollo del capitalismo] se refieren a la materialidad de la división social del trabajo, de la estructura del Estado y de las prácticas y técnicas del poder capitalista económico, político e ideológico; son el verdadero sustrato de las representaciones míticas, religiosas, filosóficas o «experienciales» del espacio-tiempo. Así como estos cambios no son reducibles a las representaciones que ocasionan, no pueden ser identificados con los conceptos científicos del espacio y del tiempo que nos permiten captarlos” (1978a: 98).

En segundo lugar, en tanto que conjunto institucional, el Estado privilegia la adopción de determinados horizontes espaciales y temporales de acción, a los que se trata de acceder, influir en él desde la distancia, o transformar sus selectividades estructurales. En estos términos, podemos decir que la selectividad espacio-temporal del estado se refiere a las diversas formas en que se producen los horizontes espaciales y temporales de acción en diferentes ámbitos, se crean ritmos espaciales y temporales, se privilegian ciertas prácticas y estrategias y se obstaculizan otras, según su «ajuste» con los patrones temporales y espaciales inscritos en las estructuras del estado. Esto se refleja no sólo en las formas genéricas de espacialidad e historicidad asociadas con el Estado nacional capitalista, que tienen sus propias implicaciones distintivas para las formas de lucha económica, política e ideológica en comparación con las formaciones precapitalistas (1978a: 99-106, 116), sino también en las formas específicas de des-territorialización y re-territorialización, distanciamiento tiempo-espacio y compresión espacio-temporal asociadas a las diferentes etapas del capitalismo ya las diferentes fases de la lucha de clases (1978a: 116-120). Muchas de estas ideas se desarrollan en el análisis de Lefebrve de la selectividad estratégica y las relaciones de poder inscritas en el espacio abstracto de las sociedades capitalistas (Lefebrve 1991: 278-82). Esto se refleja, sobre todo, en la conclusión del Poulantzas de que “sólo una transición nacional hacia el socialismo es posible … en el sentido de una multiplicidad de caminos originales al socialismo, cuyos principios generales, extraídos de la teoría y la experiencia del movimiento obrero, no puede ser más que las señales en el camino» (1978a: 118).

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Figura 2: Un enfoque estratégico-relacional de las selectividades espacio-temporales.

Por otra parte, una vez que se permite la reflexividad por parte de actores individuales y fuerzas sociales, así como la selección y retención recursivas (o estabilización evolutiva) de las acciones a través de las estructuras a lo largo del tiempo, se puede estudiar la cambiante dialéctica entre las matrices espacio-temporales reestructuradas (siempre diferencialmente distanciadas y diferencialmente comprimidas) y estrategias y tácticas recursivamente seleccionadas (orientadas a los horizontes espacio-temporales más adecuados, a cambiar las formas de gobierno cronotópico -o tiempo-espacio-, a la narración reflexiva del pasado y del presente para cambiar el futuro , etc.). Esto se refleja en el argumento de Poulantzas de que “el Estado es también el resultado del proceso nacional de lucha de clases, es decir, tanto la lucha de la burguesía contra la clase obrera como la lucha de la clase obrera contra la burguesía. Al igual que la cultura nacional, la historia o la lengua, el Estado es un campo estratégico arrastrado de un extremo a otro por la lucha y la resistencia obreras y populares; éstas están inscritas en el Estado, aunque de manera deformada, y siempre rompen el muro de silencio con el que el Estado se hunde en la memoria obrera” (1978a: 119).

Sin embargo, a pesar de su brillantez al desarrollar estos argumentos sobre las selectividades espacio-temporales del Estado como relación social, todavía existen dificultades con el análisis de Poulantzas. En sus observaciones finales sobre la materialidad institucional del Estado (1978a: 119-120), señaló algunas de ellas. Pero también van más allá de esto en la medida en que Poulantzas permaneció unido a la primacía de las formaciones nacionales asociadas con las primeras etapas del capitalismo (hasta el fordismo atlántico inclusive) y no anticipó la relativización de la escala asociada con la etapa actual de la globalización-localización. Nuevas formas de distanciamiento espacio-temporal, compresión tiempo-espacio y la aparición del ciberespacio y las temporalidades medidas en nano-segundos, están transformando las matrices nacionales de acumulación de capital, de modo que ya no es tan evidente que el Estado nacional es la escala primaria de las luchas económicas, políticas e ideológicas. Esto no significa que lo nacional sea redundante, que el Estado nacional esté muerto o que las luchas nacionales ya no importen (ya sea para la burguesía u otras clases). De hecho, el propio Poulantzas proporcionó razones convincentes en su análisis de la internacionalización y del Estado-nación, de la importancia de lo nacional (1975: 70-84). Pero el desarrollo continuo de las matrices espacio-temporales del capitalismo ha alterado su papel en la conformación de las formas de lucha y esto necesita un análisis más profundo.

La selectividad de género del Estado

Esta sección ofrece algunos comentarios breves sobre cómo el enfoque estratégico-relacional puede aplicarse a las selectividades de género del estado. Esta es una cuestión que apenas se insinúa en EPS, pero nunca completamente desarrollado. De hecho, es una ilustración del continuo reduccionismo de clase de este texto -algo del que Poulantzas comenzó a alejarse de manera decisiva sólo en el trabajo y las entrevistas que aparecieron después de su publicación. El problema se ilustra muy bien en su comentario donde dice que a pesar de que “las relaciones de poder no se reducen a las relaciones de clase y pueden ir de una manera determinada más allá de ellos, todavía tienen pertinencia de clase, sigue estando localizado y tiene una participación en el terreno de la dominación política” (1978a: 43). Poulantzas reconoce, sin embargo, que tales relaciones no descansan en el mismo fundamento que la división social del trabajo, lo que es más evidente en el caso de las relaciones entre hombres y mujeres, pero sostiene que estas relaciones están investidas en las relaciones de clase, y mediada y reproducida como relaciones de clase por parte del estado, la empresa o fábrica (1978a: 43). Podría considerarse que las opiniones de Poulantzas son increíblemente reduccionistas de clase, patriarcales e ingenuas (especialmente desde un punto de vista feminista igualmente esencialista) o como un sofisticado intento de romper con el reduccionismo de clase, insistiendo en la primacía de la lucha de clases (una interpretación que sería apoyada por la reciente teorización marxista-feminista de la tercera ola, que reconoce la importancia de la intersección de diferentes identidades y posiciones y rechaza las implicaciones esencializantes de tratar a los hombres o las mujeres como categorías indiferenciadas). Pero ninguna interpretación hace justicia a las complejidades completas de la selectividad de género del estado. Así, esta parte de mi contribución explora brevemente las implicaciones de un enfoque estratégico-relacional del tipo desarrollado por Poulantzas para el análisis del género como una relación social y su relación con el estado.

La adopción de esta perspectiva llevaría a examinar la manera en que el Estado transforma, mantiene y reproduce los modos de dominación (o relaciones de poder institucional y discursivamente materializados, estructurados asimétricamente) entre hombres y mujeres. El enfoque estratégico-relacional se basa en el carácter contingente y relacional de todas las identidades, intereses, estrategias y horizontes espacio-temporales; y permite, sin dar por supuesto, su transformación reflexiva. Estas premisas centrales problematizan las selectividades de género del estado al destacar la contingencia y la variedad de identidades e intereses de género que podrían servir como puntos de referencia para evaluar estas selectividades. No se puede simplemente asumir “la existencia perdurable de una colectividad homogénea llamada ‘mujeres’ sobre la que se puedan tener experiencias mensurables» (Scott 1999: 78). Estas premisas fundamentales también indican una amplia gama de posibles factores explicativos. Un análisis estratégico-relacional adecuado de las relaciones de género se referiría a la constitución de identidades competitivas, inconsistentes e incluso abiertamente contradictorias tanto para hombres como para mujeres, su fundamentación en discursos y fantasías acerca de la masculinidad y/o femineidad, su explícita y/o implícita incrustación en diferentes instituciones y prácticas materiales [9] y su materialización físico-cultural en los cuerpos humanos. Es particularmente importante para un enfoque estratégico-relacional, por supuesto, cómo las construcciones específicas de masculinidad y feminidad, sus identidades de género, intereses, roles y formas corporales asociadas vienen a ser privilegiadas en los propios discursos, instituciones y prácticas materiales del estado.

Este enfoque es muy útil para cuestionar la tendencia recurrente a «naturalizar» las relaciones de género en lugar de analizarlas como construcciones sociales y/o discursivas. Esta tendencia no se limita a los análisis del «mainstream» -también ocurre en muchas obras feministas- especialmente en los feminismos de la primera y la segunda oleada. Se han sugerido varias estrategias teóricas y políticas para superar esta tendencia. Dos son dignas de mencionar aquí. En primer lugar, según la «teoría queer», las identidades sexuales y/o de género (y por analogía, todas las demás identidades) tienden a ser ambivalentes e inestables y las orientaciones y prácticas sexuales son «polimorfas». En segundo lugar, compartan o no este rechazo de los análisis «heteronormativos», una amplia gama de otros enfoques también hacen hincapié en la articulación diferencial (o intersección) del género con la clase, la etnia, la raza, la discapacidad, etc. Una deconstrucción radical del género y la sexualidad en estas líneas revela la compleja sobredeterminación de las selectividades de género del estado, su naturaleza inherentemente relacional -incluyendo la naturaleza espacio-temporal- y su impacto variable en las estrategias y prácticas políticas. Este enfoque niega que el Estado sea una simple expresión de la dominación patriarcal e incluso pone en duda la utilidad misma del «patriarcado» como categoría analítica. Nos lleva más allá del reconocimiento de que hay múltiples estructuras del patriarcado, de que éstas están sujetas a cambios y de que los cambios dentro y entre las formas interconectadas del patriarcado son contingentes y sobredeterminados. Pues sugiere que la significación de tales estructuras patriarcales y su articulación para producir «regímenes de género» específicos sólo puede ser comprendida adecuadamente mediante una nueva ronda de deconstrucción inspirada en el feminismo de la tercera ola, la «teoría queer» y modos similares de análisis de otros lugares y formas de dominación.

Un enfoque estratégico-relacional permitiría analizar y explicar no sólo las selectividades de género del Estado y el sistema político en general, sino también las contradicciones, dilemas y paradojas con los que se asocian las selectividades. Indica que hay varias formas de género y selectividad de género y que éstas pueden tener efectos marcadamente diferenciales en diferentes categorías sociales o fuerzas sociales de acuerdo con sus identidades, intereses y orientaciones estratégicas hacia la masculinidad-feminidad o la orientación sexual. La configuración específica de las selectividades asociadas con un régimen de género específico en coyunturas particulares es un producto de un conjunto complejo de interacciones dependientes del camino. Entre los factores implicados están las lógicas operativas de los sistemas funcionales modernos, el legado del patriarcado pre-moderno, los modos actuales de dominación en el mundo de la vida y las luchas a su alrededor, los intentos de colonizar el mundo de la vida por sistemas específicos y su resistencia, y las luchas hegemónicas para garantizar un equilibrio general entre la integración del sistema y la cohesión social. Si aceptamos este enfoque, entonces no hay inevitabilidad transhistórica sobre el patriarcado. El enfoque estratégico-relacional cuestiona los relatos del patriarcado que lo consideran monolítico y/o inercial y, en cambio, pone de relieve la polimorfia y la contingencia de los regímenes de género. También sugiere que cualquier impresión de que el patriarcado (ya sea visto como monolítico o polimorfo) esté necesariamente inscrito en el capitalismo y/o en el Estado probablemente resulte del acoplamiento estructural y la coevolución contingente de la economía de mercado y el estado democrático liberal con modos de dominación arraigados en el mundo de la vida o la sociedad civil. Cualquier inscripción es «contingentemente necesaria» (Jessop 1982: 212-19). Esto no significa, por supuesto, que la dominación de género es menos real porque está lejos de ser transhistórica. Pero las fuerzas sociales podrían estar mejor situadas para desafiar, modificar y eliminar la dominación de género si reconocen su contingencia y buscan sus vulnerabilidades, así como sus fortalezas.

Este enfoque se puede ilustrar en diferentes niveles. Por ejemplo, uno podría explorar tres rasgos clave del estado moderno formalmente racional, cada uno de los cuales tiene prejuicios muy específicos de género y de clase. Éstos son su monopolio constitucional de la violencia frente a la economía y la sociedad civil y su soberanía territorializada frente a otros estados; su naturaleza como Rechtsstaat que se basa en una clara demarcación entre lo público y privado; y la naturaleza de la gubernamentalidad, la estadística y otros aspectos del discurso oficial como formas de poder / conocimiento. A un nivel más concreto, también se podría explorar el sesgo de género en la relación entre la ciudadanía y el Estado nacional. Los aspectos relevantes aquí incluirían: (a) el «efecto de aislamiento» y sus implicaciones para las luchas políticas -una cuestión planteada de manera más general por Poulantzas; B) la relación entre el «contrato sexual» y el contrato social; y c) el papel de las relaciones de género en la reproducción de la nación durante el período de los estados nacionales y en una posible era posnacional posterior, algo descuidado por Poulantzas en sus propios comentarios sobre la genealogía y las luchas alrededor de la nación capitalista moderna. Del mismo modo, a niveles aún más concretos de análisis, se podría explorar los sesgos específicos de género y de clase inscritos en diferentes formas de representación (por ejemplo, parlamentarias o corporativistas), diferentes formas de asegurar la unidad del aparato estatal (por ejemplo, el impacto de la «femocracia»), los diferentes modos de intervención (por ejemplo, la política de redistribución asociada con el estado nacional de bienestar keynesiano o las políticas de reconocimiento asociadas con las políticas de identidad o multiculturalismo), etc.

Aunque Poulantzas no discutió estas cuestiones, estoy convencido de que su enfoque general del Estado como relación social tiene mucho que ofrecer al abordarlas. Por lo tanto, es lamentable que sus posibles contribuciones a este respecto hayan sido más o menos ignoradas. De hecho, si se rompe con los relatos esencialistas del patriarcado y se emprende un análisis diferencial de las relaciones de género, entonces una relación estratégico-relacional del tipo desarrollada por Poulantzas parecería particularmente fructífera. Esto es válido tanto para el análisis de la selectividad estructuralmente inscrita de las estructuras estatales como para la realización de análisis de contexto estratégico como paso necesario para desarrollar estrategias efectivas de transformación social.

Observaciones finales

Este trabajo ha tratado de extraer las implicaciones de la afirmación de Poulantzas de que el Estado es una relación social. Ya había subrayado que el poder es relacional en el PPCS y continuó argumentando a lo largo de su obra que el poder de clase depende del equilibrio de las fuerzas de clase. Pero este punto de vista adquirió un nuevo significado en sus comentarios sobre la crisis de las dictaduras y sobre el socialismo democrático (Poulantzas, 1976a, 1978a). Argumentó que el Estado no es un sujeto que adquiere poder por sí mismo al privar a varias clases de poder; tampoco es un depósito instrumental del poder que ocupa un sujeto de clase dominante situado más allá de él. En cambio, es un sitio estratégico de organización de la clase dominante en su relación con las clases dominadas (1978a: 146-8). Su último gran trabajo es un intento de explorar las implicaciones de esta percepción en una amplia gama de aspectos de la materialidad institucional del Estado y actualizar sus estudios anteriores de la forma contemporánea del estado capitalista.

Este enfoque relacional conduce a conclusiones estratégicas distintivas. Poulantzas no está de acuerdo con Foucault y Deleuze en que la resistencia está condenada al fracaso porque siempre será reabsorbida tan pronto como elabore una estrategia general. También rechaza la visión radicalmente libertaria de que la resistencia sólo tendrá éxito en la medida en que permanezca externa al Estado y la subvierta desde el exterior. Poulantzas afirma que es imposible localizarse fuera del poder (estatal) ya que las luchas populares tienen un efecto sobre el estado (y otros mecanismos de poder) incluso cuando las masas están físicamente excluidas de la participación (política). También afirma que una estrategia abstencionista podría simplemente despejar el camino hacia un estatismo mejorado. En cambio, Poulantzas aboga por la participación dentro de los mecanismos del poder para intensificar sus contradicciones y conflictos internos. Esto no tiene como resultado una absorción completa y la pérdida de autonomía. Que las clases dominadas estén o no integradas en estos mecanismos depende de las estrategias específicas que persiguen y no del mero hecho de adoptar una estrategia de participación. Siempre que estas estrategias estén diseñadas para mantener la autonomía de las masas, nunca estarán completamente integradas. Pero Poulantzas también añade que las masas también deben perseguir luchas a distancia del estado. Deben desarrollar una democracia directa, de base y presentar redes de autogestión. De esta manera, las resistencias pueden servir de base para una transición democrática al socialismo democrático (1978a: 153). Compartamos o no esta conclusión estratégica en particular, diría que es sólo a través de un análisis estratégico-relacional que se podrá desarrollar una estrategia alternativa adecuada a la tarea de asegurar una transición democrática al socialismo democrático en la coyuntura actual.

Aunque hay cierta evidencia de intercambio intelectual entre Poulantzas y los adherentes al conocido enfoque Parisino de la regulación (que a menudo citó su trabajo como ejemplar), es lamentable que toda la amplitud de su potencial contribución al resurgimiento de una economía política crítica haya sido ignorada (para una apreciación centrada en formas cambiantes de la competencia, la intervención del estado, y la globalización, véase Jessop 2000).

Notas finales

[1] Esta frase se deriva, por supuesto, desde el análisis del estado de Gramsci: se define el estado en su sentido integral como «sociedad política + sociedad civil» (Gramsci, 1971). Del mismo modo Poulantzas analizó las clases desde el punto de vista de su reproducción ampliada (CCC, EPS). De hecho, con la excepción de su visión sobre politicista e ideologisista de la pequeña burguesía en Fascismo y la dictadura (1974), él siempre definió las clases en términos de las relaciones sociales de explotación económica, la propiedad y el control. Al mismo tiempo, sin embargo, acentuó que otros ordenes institucionales (especialmente el Estado) estaban profundamente involucrados en la reproducción de las relaciones sociales de producción.

[2] Esto se puede ver claramente en el contraste entre el estructuralismo residual de los comentarios de Poulantzas en la reproducción ampliada de la CCC (14-35) y el relacionismo explícito de su análisis en EPS (por ejemplo, 26-27, 60, 163, 166- 70).

[3] Cabe señalar que «global» en este contexto implica una comprehensión relativamente amplia en lugar de en todo el mundo: esto refleja la distinción entre el concepto francés ‘mondial’ y el concepto de ‘global’.

[4] La referencia principal es el volumen El capital, Volumen III, donde Marx señala explícitamente que el capital es una relación social en su comentario sobre el colonialismo.

[5] En el análisis del contexto estratégico, ver Stones (1991).

[6] Por otra parte, en contraste con los anteriores puntos de vista de Poulantzas en PPCS, así como las ideas de Foucault sobre la normalización disciplinaria, Poulantzas ahora afirma que la individualización en realidad hunde sus raíces en las relaciones de producción.

[7] Esto no significa que Poulantzas ignore las actividades negativas, represivas y extra-legales o francamente ilegales del estado.

[8] Hay aquí implícita una distinción entre el distanciamiento espacio-tiempo (el estiramiento de las relaciones sociales a través del tiempo y el espacio) y la reducción espacio-temporal (la conquista del espacio por el tiempo a través de aumento de la velocidad de circulación y la «producción» social de eventos dentro de un período de tiempo dado). Ellos proporcionan diferentes bases para el ejercicio del poder (véase Jessop 1999).

[9] Al distinguir entre los discursos, instituciones y prácticas materiales, no estoy tratando de negar la importancia relativa de los discursos ni sugiriendo que las instituciones o prácticas materiales son no discursivas. Simplemente observo que no todos los discursos se traducen en instituciones y prácticas materiales con propiedades emergentes que sean irreductibles al contenido de estos discursos.

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